viernes, 23 de abril de 2010

Voces…(caminito que el tiempo no borra). Carta joven a los ancianos que habitan en mí; por Judith Márquez


Han hablado. Son sus voces  mensajeras  susurrando  junto al abrigo del pasado .Desnudando mi presente, advirtiendo mi futuro.  En latencia, aguardando.
Ahora recuerdo quien soy, ahora recupero desesperadamente esa niña perdida que habitaba en la penumbra de las sombras del dolor. Cierro mis ojos abiertos a la marea de los miedos para rescatarlos del desastre. Para librarme de este mundo estéril tan distinto al que veía reflejado en sus ojos.
 Han hablado. Para estrujarlos contra el pecho y no dejarlos ir. Nunca más. Nunca Más. Para envolverme en el amparo indestructible, en su infinito  paso cansado y estoico. Para hundirme en la honradez de sus actos, en sus principios sin tregua.
Y mientras gira la cinta con mensajes ocultos, los de siempre, los que  me habían enseñado y que cubrí  en el camino; renacen  fragmentos de vida.  Un extraño magnetismo acarrea felicidades, cantos hermanos, siestas de buñuelos, tardes de tango, versos nobles, silla verde imborrable. Perfume de violetas, amaneceres de crema pastelera, de caras y caretas y relatos de mitines radicales, de sueños de juventud intentado una Argentina que no fue.
Y los besos de amor eterno que presenciaba entre ustedes,  los que viciaron mis sueños con una  espera infructuosa de un amor igual al suyo que no llega…
Son sus ojos grabados en los míos, es  el azul del cielo añorado del abuelo, es el marrón glasé  de mi nona hacedora de una tierra que dio frutos.
 Siguen hablando. Lloro a mares, a chorros,  a raudales inescrupulosos.
Solo entonces soy, y vuelvo a ser aquello. Lo perdido, lo dormido en mí.
La pequeña colorada de rulos dibujando con puntos; jugando en soledad, escuchando cuentos, volando sin reparos, amasando felicidades.
No, definitivamente el mundo no es como me lo mostraban. No hay grillos que sonríen, ni ratitas  comedoras de queso que ayudan a hormigas. Ya no huelo el pan casero, ni siquiera lo pruebo, no existirá jamás un vaso de leche verde, ni tortas de barro con vasitos de licor. En ningún tiempo cocinaré las mil recetas enseñadas.
¡Cuántos hilos soñarán con estar entre tus agujas, Felipa! Si hasta las plantas más bellas se conmoverían con tu presencia.
 ¡Cuántos nietos soñarán posar sus manitas en las tuyas en un ralé infinito, camino de la escuela, Isauro!
Están en mí, están aquí por los siglos de los siglos, por los tiempos mal vividos, por los buenos y escasos desde entonces, por  el honor que me dejaron como herencia, por la niñez de felicidad perenne que no quiere rendirse, ante tanto mundo estéril.
Soy esto, este puñado de luchas magras en un camino pedregoso, sin mi sweater de hilos especiales, sin la caricias , imprescindibles para respirar. Sin el mundo perfecto, sin el amor eterno.
 Pero siento su luz a cada instante y sus voces me habitan en el silencio; cuando cala en lo profundo la desazón, cómo un páramo a la espera  del río. Es entonces cuando recuerdo que he sido demasiado feliz para  tiempos como estos.
Desmedida  herencia para una mendiga del desierto que se hace millonaria cada vez que la habitan sus  ancianos.


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