¡Cosa de humanos !-pensé; como quien ve partir sus hijos luego de educarlos y criarlos aunque estos, claro está, no eran los míos y lejos estaban filogenéticamente de serlo.
Esta primavera, tan invernalmente lluviosa y fría aparecieron de nuevo con arrumacos renovados y más bailes de conquista. La misma hembra y el desafío de dos machos de los cuales , me empeño en creer, salió triunfante aquel que contruyera aquel hogar que resistiera las leyes de física .
Insistieron en la enclenque enredadera que esta vez, luego de experiencias previas, se negó de manera natural a darle abrigo. En fin, se mudaron más allá al jazmín de arroz y sus aromas. Definitivamente el curso acelerado de construcción de nidos había sido próspero y dio que hablar. Lluvias y más lluvias y cascarones pequeños en el piso no detuvieron a la naturaleza y sus maravillas . En días tres colas y seis alas se vislumbraban. Decidí ser más que una espectadora de ventana y de vez en cuando me acercaba despacio para apreciar su crecimiento , mientras los fotografiaba. Uno de los pichones siempre me daba la espalda , pero con otro pude establecer una extraña conexión...
Llegaron las clases de vuelo dirigido con más fracasos que aciertos . Fue, aquel día y no otro en el que al levantar la persiana del sector estaba allí ,el más pequeño mirando hacia otro nido, esta vez el mío. Con su plumaje ralo y su cara expectante de aquel que se dispone a salir a la vida . ¡Sos hermoso!- exclamé, mientras me miraba fijamente a través del vidrio. Esta vez era mi nido el que estaba más lleno que nunca con su mirada atenta entre vuelo y vuelo , entre paciente y paciente.