domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuando el síndrome del nido vacío es cosa de humanos... por Judith Márquez

Estaban allí, otra vez, como cada año , como cada primavera de invierno extendido por estas tierras ungidas de mar. Los he visto desde que recuerdo y quiero creer que siempre es la misma pareja de palomas, buscando luego de rituales de amor un hogar nuevo. Nuevo y no tanto, ya que repetidamente revolotean por la raquítica enredadera del pequeño patio del laboratorio, aquel que cada día me recuerda que existe un afuera, un sol y un aire. El año pasado la hembra se pasó dias y lluvias cobijando un único huevo, mientras el macho revoloteaba trayendo palitos para apuntalar un hogar que no hubiese pasado ningún control de ingeniería civil ni arquitectura. Al cabo de un tiempo, en el gajito que ya casi tocaba el piso ( y al cual le quedaban tres palitos cruzados ) se apreciaban dos colas y cuatro alas. Pronto el pichoncito , cruza con mamut, desplazaría a su madre. Era un esperpento sin plumas, verdaderamente repugnante, pero no menos adorable. Y de repente nos encontrábamos mirando a través del cristal de química clínica entre paciente y  paciente . Nunca había visto un nido tan despojado de paredes y tan lleno de amor. Una mañana, de esas que comienzan  para mí minutos antes de tocar las 7 am, en ese lugar tan mío y no tanto, lo busqué de reojo y noté que él ya había decidido emprender vuelo. El aprendizaje le llevó un par de días que finalmente resultaron menos de los que imaginé. La imagen del nido vacío me llenó de melancolía.
¡Cosa de humanos !-pensé; como quien ve partir sus hijos luego de educarlos y criarlos  aunque estos, claro está, no eran los míos y lejos estaban filogenéticamente de serlo.
Esta primavera, tan invernalmente lluviosa y fría aparecieron de nuevo con arrumacos renovados y más bailes de conquista. La misma hembra y el desafío de dos machos de los cuales , me empeño en creer, salió triunfante aquel que contruyera aquel hogar que resistiera las leyes de física .
Insistieron en la enclenque enredadera que esta vez, luego de experiencias previas, se negó de manera natural a darle abrigo. En fin, se mudaron más allá al jazmín de arroz y sus aromas. Definitivamente el curso acelerado de construcción de nidos había sido próspero y dio que hablar. Lluvias y más lluvias y cascarones pequeños en el piso no detuvieron a la naturaleza y sus maravillas . En días tres colas y seis alas se vislumbraban. Decidí ser más que una espectadora de ventana y de vez en cuando me acercaba despacio para apreciar su crecimiento , mientras los fotografiaba. Uno de los pichones siempre me daba la espalda , pero con otro pude establecer una extraña conexión...


Llegaron las clases de vuelo dirigido con más fracasos que aciertos . Fue, aquel día y no otro en el que al levantar la persiana del sector estaba allí ,el más pequeño  mirando hacia otro nido, esta vez el mío. Con su plumaje ralo y su cara expectante de aquel que se dispone a salir a la vida . ¡Sos hermoso!- exclamé, mientras me miraba fijamente a través del vidrio. Esta vez era mi nido el que estaba más lleno que nunca con su mirada atenta entre vuelo y vuelo , entre paciente y paciente.